jueves, 4 de agosto de 2011

Una mirada al Norte

Hoy escribo sobre la tragedia de Noruega, y quiero hacerlo porque es imposible construir una administración humanizada en una sociedad deshumanizada.


Los países nórdicos han supuesto para mí una referencia en su modelo social. Admiro su compromiso con el bienestar social, con su identidad cultural y con lo que han construido poco a poco y en silencio sin entrar en el juego de las superpotencias.

Me dolió profundamente el horror causado por Breivik. Ante todo me dolió y me duelen esas casi 80 víctimas, esa caza humana de adolescentes que pone la carne de gallina.


Creo que puedo entender el sufrimiento de los padres, novios y amigos de esos casi niños ante el vacío que queda por una desaparición que no te puedes creer. Como si te lo hubieran arrancado de los brazos...

Pero hay otra cosa que también me duele. No sé si llamarlo dolor social. Es la solidaridad que se despierta ante una sociedad que ve cuestionado su modelo. Es algo así como plantearse que si el modelo nórdico tampoco vale, ¿cuál es la respuesta?

Una semana después vemos las respuestas al dolor:

* Jens Stoltenberg, el primer ministro noruego dice "responderemos al odio con amor. Vamos a demostrar que nuestro movimiento socialdemócrata es capaz de responder con compasión".

* Arnt Hargen, del partido opositor dice de su contrincante político: "nos ha dado una lección a todos".

* En uno de los primeros entierros de las víctimas, una chica musulmana de 18 años de origen iraquí, sus padres quisieron que la ceremonia se hiciera conciliando elementos islámicos y cristianos.

Esas reacciones que me resultan tan difíciles de trasladar a la sociedad española hacen que siga mirando al Norte con una admiración renovada.

Noruega tendrá que reflexionar sobre cómo su sociedad puede generar monstruos como Breivik, tendrá que aprender a protegerse y tendrá que mediar con los movimientos xenófobos que los van contaminando, pero sigue siendo una sociedad ejemplar que apuesta por invertir en servicios públicos como medida de progreso y donde la creación del estado de bienestar no es una consecuencia del progreso económico, sino la inversión que genera ese progreso.